Lunes

Estas parado, con una mano en la puerta del Banco dónde te dispones a entrar, quieto, mirándome. Me corto a mitad de la frase que estaba diciendo y, otra vez, todo parece detenerse y vuelvo a caer en esos segundos que parecen eternos y a los que, a fuerza de repetirse, empiezo a acostumbrarme. Y (otra vez) soy yo quién rompe el encanto, incómoda. Consciente de que mi interlocutora se ha dado cuenta de mi interrupción y se vuelve para mirar que es lo que me entretiene. Levanto la mano y te saludo, esbozando una sonrisa. Me la devuelves, pareces dudar antes de agitar tu mano y entrar en el banco. Cuantos segundos? Dos, quizá tres, pero han sido suficientes para que perdiera el hilo de lo que estaba diciendo. Intento retomar la conversación pero mis pensamientos ya se han perdido irremediablemente. Y tardarán en volver, pasarán la mañana (tal vez el día entero) contigo. Y yo me sorprenderé sonriendo estupidamente, recordando unos simples segundos, sumándolos a los otros, que ya guardo para los largos días en los que no te veo. Y pensaré durante unas horas, convencida, que nos pasa lo mismo, que aquello que yo presiento, lo sientes tu también. Y me conformaré con eso.

Mañana no te veré y, con un poco de suerte, te apartaré de mis pensamientos. O si no logro hacerlo, volveran las dudas. Y volveré a pensar que todo son imaginaciones mías. Hasta otro día, en que el mundo dejará de girar otros tres segundos y yo, volveré a creer.