Los fines de semana son tranquilos. No existe la esperanza-temor de encontrarte en alguna esquina y, gracias a ello, puedo relajarme . Eso sí, deseando que llegue el lunes.
Nos vimos el viernes, intercambiamos saludos, el eterno: "¿Cómo estas?" ("Bien, feliz por verte, por hablarte.") "¿Bien y tú?". Juego de sonrisas tontas y conversaciones que se alargan hasta lo imposible y se acaban porque ya no quedan mas tópicos a los que recurrir. Y es lo mejor. Las contadas veces en las que me he atrevido a lanzar una indirecta me has cortado. O has huido directamente. No me duele, porque soy consciente que cuando el que ha intentado dar un paso más allá has sido tú, yo misma, o bien he huido, o te he cortado.(Nombrando a mi pareja o a mis hijos) En cuanto a ti, basta ignorate una vez para que en el próximo encuentro estes mucho más abierto, más atrevido. Pero cuando intuyes que me acerco, no dudas en pararme. Juego de locos ¿verdad? Temo el día en que ambos coincidamos, el día que uno se acerque y el otro no huya. Pero por el momento no veo cerca ese momento.
A veces me pregunto que hubiera pasado, si tantas veces como has intentado tocarme, cogerme la mano, acariciarme el pelo, yo no me hubiera apartado. Llegué a pensar que eras así con todo el mundo, pero a base de observarte me di cuenta que no. Y también me dí cuenta de que tu actitud hacia mi variaba mucho, era muy diferente cuando estabamos solos o con más gente. Eso me asustó y aún hizo que te evitara más. Y aún así el destino se las ha apañado muchas veces para arrinconarnos juntos. Parece que cuanto más me esfuerce en alejarme de ti, más me acerque. Si te busco no te encuentro. Si te evito apareces del lugar más insospechado.
En fin, mañana es lunes, volvemos a empezar...
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